viernes, 17 de octubre de 2008

Ciencia y ficción

viernes, 17 de octubre de 2008
Hablando de ciencia-ficción he recordado un trabajo que hicimos hace un par de años. Trataba fundamentalmente de encontrar las relaciones que había entre la evolución real de la ciencia y la técnica y su reflejo en la ficción. Os dejo un trocito para que le echeis un vistazo.


Toda sociedad tiene en el conocimiento un factor esencial, y la nuestra mucho más, porque no hay ni un sólo aspecto de la vida que no haya sido profundamente influenciado por la ciencia y la técnica, y configurado por ellas. Desde el más cotidiano y doméstico de los quehaceres, a los procesos más generales e importantes para la vida colectiva, a nivel planetario incluso.

La ciencia y la técnica son poder. Cuando menos poder intelectual y espiritual y, con mayor frecuencia, poder material. Y todo poder engendra veneración y temor. Tememos y veneramos lo que es poderoso, aquello de lo que puede proceder todo bien y todo mal.

No obstante, ya es de por sí significativo que nuestra veneración, nuestra esperanza y nuestro terror no se orienten ya al poder de los dioses y de los señores, sino hacia la ciencia, la técnica, y sus productos y consecuencias. La nuestra es una cultura científica y tecnológica, y es la nuestra una sociedad vertebrada por el conocimiento científico y tecnológico.

Es pues, una cultura que al tiempo que se venera a sí misma en su principal vector de fuerza, teme y desconfía de ese poder. ¿Qué hay, entonces, de arquetipo, de arcano profundamente hundido en el magma de un subconsciente colectivo; y qué de fenómeno histórico propio de nuestro tiempo?

El novelista norteamericano Ray Bradbury lo expresó con unas palabras tan ingeniosas como acertadas: “El futuro ya no es lo que era”. Muy cierto: nuestra cultura, la del siglo XXI en los países industrializados, ya no se representa el futuro como lo hacía antes. Y con antes, quiero decir desde la Ilustración al entusiasmo cientifista de la revolución industrial hasta la Primera Guerra Mundial e incluso algo después, la representación del mundo futuro era la representación de un mundo mejor.


Murió en efecto, nuestra idea de progreso, pero quizás no es que realmente se muriese, lo que hizo fue dislocarse, romperse en lo que era su entraña misma. Lo que murió fue la profunda convicción de que el nervio mismo del progreso humano era el progreso científico y técnico, la esperanza de que el desarrollo de la ciencia y de la técnica harían del mundo futuro un mundo mejor para los seres humanos.


Cuando Ray Bradbury dice que el futuro no es ya lo que era, invita a preguntarse ¿cómo era antes y cómo es ahora?, ¿cómo era antes la representación del futuro, y como es ahora esa representación?


Bradbury habla, desde luego, sobre la literatura de ciencia-ficción. El género ha cambiado profundamente en el curso de unas pocas décadas. Si en sus orígenes, allá por los años treinta, no era sino un género de aventuras que, en lugar de desarrollarse en el Oeste o en el pasado o en tierras remotas inexploradas, tenían lugar en el futuro. El Llanero Solitario, John Silver "El largo", Robín Hood, el malvado Profesor Moriarty...son héroes y villanos, igualmente emocionantes y entrañables, que arrastraban peligros y corrían peripecias, que enamoraban a las damas y conducían a sus fieles escuderos.


Los robots positrónicos de Asimov, o los mil personajes y artilugios de la ciencia-ficción en su época dorada, no hacen sino correr más o menos las mismas aventuras, sólo que en un futuro que se sabe que es el futuro, porque de alguna manera las naves espaciales consiguen salvar el límite de la velocidad de la luz, las armas no son pistolas o espadas sino rayos, las tierras inexploradas son planetas, los indios o los salvajes son seres extraordinarios producto de una evolución biológica distinta.


Un futuro preñado de ciencia y de tecnologías, hoy día impensables, pero que configuran un mundo en el que hay de todo: emoción, peligro, aventura, victoria...pero también amistad, amor, chicas, etc., un mundo futuro que viene a ser como éste, pero mejor, con una ciencia y una técnica que hacen maravillas y que prometen aún más


La ciencia-ficción pasa, a partir sobre todo de los años setenta, a ser sobre todo una reflexión amarga sobre un mundo futuro, en el que igualmente hay una ciencia y una tecnología enormemente avanzadas, pero que es un mundo peor, inhabitable, corrompido...


Las películas emblemáticas como , La Guerra de las Galaxias y Blade Runner, ilustran lo que Bradbury quería decir. En la primera hay una emocionante guerra entre estupendos y simpáticos rebeldes contra un malvado emperador: buenos y malos. Lugares de diversión en los que humanos del aspecto más corriente alternan y copean con seres de las más curiosas formas. Naves espaciales, robots, vehículos de todas clases, planetas bellos y extraños..., princesas bellísimas y valientes, amigos, enemigos y traidores.


En Blade Runner todo es sucio, corrompido, triste y cruel. Hay biomáquinas, vehículos increíbles, armas futuristas, viajes espaciales...la misma ciencia y tecnología. Pero en el futuro de Blade Runner, a fe que nadie querría vivir.


Ciertamente la ciencia-ficción, tanto literaria como cinematográfica, no hace sino reflejar un cambio cultural: el paso de un futuro conformado por los logros de la ciencia y la tecnología (en el que nos gustaría vivir) al futuro, igualmente científico y técnico, en el que nadie podría desear vivir.


Hemos pasado, respecto del futuro que nos puede deparar la ciencia y la técnica, del optimismo al pesimismo, según el momento en histórico en el que se desarrollaba cada obra.


La alternativa optimismo/pesimismo es de índole moral, la alternativa deseo/repulsión lo es de carácter estético.


Digamos, pues, que no sólo tenemos veneración y temor frente a la ciencia y la tecnología, no sólo tenemos una mayor intensidad en el arquetipo de miedo ante el saber junto al afán de saber, tenemos también un cambio cultural, según el cual, el pesimismo y la repulsión ante el futuro adquieren, entre otras, la forma de un pesimismo y una repulsión hacia la tecnología y la ciencia.


El futuro no es ya lo que solía ser, y no en la reelaboración literaria de la ciencia-ficción, no ya en la mera reelaboración imaginaria de un futuro configurado por la ciencia y la técnica. El futuro no es lo que era porque se han modificado profundamente las expectativas que una civilización tiene de sí misma.


Al fin y al cabo, la forma en que imaginamos o nos representamos el pasado o el futuro no es otra cosa que una proyección, simbólica e ideal, de la forma en que elaboramos la percepción del presente, la manera en que elaboramos nuestra percepción de los conflictos en los que vivimos inmersos.

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