Siempre me apasionó que Celaya fuera a la vez ingeniero y poeta. Siempre me dio esperanza eso de ver fusionadas las dos ramas de mi vida que entendí como opuestas en lugar de como complementarias.
Yo me siento. Tú te sientes. Nos sentimos,
estamos juntos. Somos
terriblemente dichosos,
como el cielo siempre azul, como el espanto,
como la luz que es la luz,
como el espacio.
Si ahora me preguntaran por qué estoy tan contento,
diría: «Porque soy.»
Y al decirme sería un poco menos.
Si tratara de explicarme surgirían como sierpes
desenvueltas y en combate mis ambiguos sentimientos.
Pero soy solo. Sí. Soy. Te creo.
Estas aquí, en mí mismo.
Ni te veo, ni te pienso, ni te beso, ni te sueño.
Sólo estás. Estoy contigo. Yo, a tu lado, Tú conmigo.
Estamos uno en otro, tan reales
que con ser poco, ese poco es ya bastante.
Estamos en lo que somos, de puro simples, totales.
[...]
Extracto de "Un día entre nosotros", de Gabriel Celaya
Mira como me transporto, como aparezco de repente sobre unas sábanas granates, como el fondo de pantalla vuelve a ponerme el universo al alcance de mis manos, como yo pongo el mío al alcance de las tuyas.
Observa como me derrumbo, como crezco y me reconstruyo a la sombra de los sicómoros que has plantado a lo largo y ancho de mi alma. Mírame firme con esos ojos verdes que derriten montañas de cosas absurdas y arrópame con tus pestañas una vez más, aunque sea domingo, aunque no tengamos tiempo, aunque las obligaciones nos hayan arrancado las mantas y empecemos ya a tiritar de frío.
Será que esta noche las flores que iluminan mi habitación no alumbran lo suficiente si no las riegan tus manos. Será que si no me riegas a mí siento que me apago con ellas. Será…
… será que te necesito… mucho más de lo que creía.
Hoy, apenas estrenados mis 24 años y con el suelo de mi cuarto regado todavía de envoltorios siento que ha llegado el momento oportuno de hablar de esos regalos que no caben en las cajas pero que te desbordan por dentro.
Hace ya mucho que descubrí que las mejores cosas que alguien te puede regalar rara vez llevan papel de regalo, o requieren de uno un tanto especial. Pero como siempre que las cosas que tengo dentro son demasiado grandes me veo obligada a tomar prestadas palabras ajenas, esas que muestran que cuando unes a las personas adecuadas en el momento apropiado, el universo entero levita al menos durante el segundo en el que soplas las velas y te das cuenta de que no puedes desear nada más...
"Hagamos un trato: Solo podemos tenernos si nos recibimos como regalos.
Hazte a la idea de que nos topamos el uno con el otro en un azar instantáneo, conjurados por elementos ajenos a nuestra naturaleza imantada.
Y de pronto, en un cruce gratuito, se nos da: simultánea coyuntura de intercambios imprevistos.
De un todo por trenzar, dos partes recíprocas reflexivas reflejas y, más que nunca, perplejas, se regalan mutuamente la verdad de un todavía."
Miguel Sánchez Ibánez
(http://lahorabisiesta.blogspot.com)
Y pensar que cuando leí esto por primera vez sólo sabía a utopía recién salida de las delicadas manos de un relojero... ¡Bendita equivocación! ¡Bendito presente!
contigo a puerta y los dos desnudos, subir pedaleando todos tus puertos, uno por uno, salvar la temporada ganando poco fuera de casa. Quiero las tres medallas si participo en tus Olimpiadas.
Quiero restar tus saques, correr tu banda, driblar tu ombligo. Quiero tenerte en jaque y que sea mate sólo conmigo, contigo los partidos siempre los juego a puerta cerrada. La cama es una cancha,y si yo soy Michel, tú Valderrama.
Hace un año leía La Odisea, la leía y me lamentaba por estar en el lugar equivocado. Pensaba que debería estar en Alemania o en Suecia llevando a cabo mis planes, siguiendo el camino que en aquellos momentos parecía la salvación. Sin embargo acabé cambiando de universidad, cambiando a mi mejor amigo, cambiando las paredes de mi cuarto… cambié hasta que me faltó el aliento, hasta que sentí que ya no quedaba nada lo suficientemente sólido dentro de mí para poderme sostener. Y entonces comenzó la odisea, la mía, mi viaje de regreso a lo más hondo de mí misma, me borré y empecé, pero no de nuevo, empecé rota, sin ganas y con apenas una décima parte de mis esperanzas.
Me encantaría poder decir que ya ha pasado, que un año ha bastado para olvidarlo todo, pero sería mentira porque las penas te dejan el alma llena de cicatrices, de esas que a veces se abren para desbordar los lacrimales. Las cosas que te importan nunca desaparecen, nunca dejan de doler del todo, pero ahora, un año después he aprendido que esa es mi suerte y no mi desgracia. Y lo es porque durante un tiempo sentí que había partes de mí que habían muerto para siempre, y otras que ya solo podrían habitar en mi pecho bajo puertas con siete candados, y ahora sé que no. Esos dolores demuestran que sigo viva, completamente viva, significan que no me perdí a mí misma como creía, y esa sola sensación me devuelve las ganas de beberme el mundo en una copa de vino cada día.
Será un largo viaje, hasta que llegue de nuevo a casa, hasta que me reconstruya, hasta que mi alma levante nuevas vigas sobre los pilares que quedaron intactos. Será lento llegar al tejado, pero sé que llegaré, lo sé porque el primer domingo de invierno que salió el sol le dije a alguien que no concebía un lugar mejor que en el que estaba, que se fueran a la porra Stuttgart o Luleä. Lo sé porque hoy me duele la piel de sentir tanto, porque tengo los pies sembrados de los cerrojos que me han arrancado, porque hasta ahora no había entendido que me sobra el mundo entero si tienes quien te escuche hablar cualquier mañana de la importancia de los domingos soleados.
Lo importante es que siempre quede un sitio donde expandirse. Un pulmón con que respirar.
“Quiero mi pulmón. Doctora Altman soy grande, muy grande. No quepo en los asientos. Y como Jeff me dice, mis sentimientos no están acordes con la situación. Si me sirven la comida demasiado hecha me enfurezco, quiero matar al camarero. Pero no lo hago, le digo con educación que se lleve mi plato y lo traiga como lo pedí. Me paso el día tratando de empequeñecerme para que me acepten. Y no me importa, porque por las noches cuando me subo al escenario puedo experimentar el mundo como lo siento: con una ira indescriptible, una tristeza insoportable, y una gran pasión. De noche, en el escenario, puedo matar al camarero y bailar sobre su tumba. Y si no puedo hacerlo, si sólo me queda una vida de empequeñecimiento, ya no quiero vivir. No quiero.”
Septiembre siempre ha olido a libros nuevos, a lápices recién afilados, a rutina y despertador. Durante los últimos años, incluso olía a miedo.
Pero este año huele sal, a vino y a la tranquilidad acumulada de un verano casi perfecto. Parece mentira como cura el tiempo, como se invierte la balanza en la que pesamos nuestra suerte, como los septiembres grises y sudorosos se han transformado ahora en sinónimo de hogar y ganas.
Así que marca de rojo los días del calendario, porque yo ya estoy lista para volver.
Me mentiste al decirme que sólo había dos círculos en tu vida. Cada vez que doy un paso descubro uno más, un nuevo nivel, un nuevo grado de profundidad. Conforme pasa el tiempo te pareces más a un árbol viejo, lleno de anillos, lleno de historia, de savia viva y palpitante.
Y yo me siento el agua de lluvia que te moja las hojas, la que se desliza por tu tronco hasta el suelo buscando tus raíces y recorre tu cuerpo por dentro. Dándote de beber. Ascendiendo dentro de ti. Desperdigándome por todo tu ser, volviéndome marea para llegar más lejos, para regar tu fe de la misma manera en que tus manos riegan la mía.
Sabes… siempre he pensado que Harrison se equivocaba, no todo debe pasar. Lo auténtico, aunque no sea lo mejor, debería quedarse, sedimentar en nuestra vida, porque sino un día nos despertaremos lo suficientemente equivocados como para pensar que sólo tenemos derecho a ser pasajeros.
Si el mundo aprendiera a sentir la mitad de lo que Félix Grande escribe no habría más guerras que guerras de besos, ni más batallas que las que pudieran librarse encima de un colchón. Si el mundo aprendiera a sentir la mitad de lo que siente mi piel al envolverse en sus palabras no habría más llantos que gotas de sudor naciendo de las mejillas, ni más crisis que la de un hueco libre en cualquier corazón.
“Mi recién conocida Loba no nos pidamos groseras garantías.
Que dure un día un año un mes es lateral en el amor que se acabe es su precio que duela luego es su victoria
Seamos servidores del amor y jamás sus contables cierto que viene para irse
Al próximo que diga que el mundo es pequeño pienso cortarle en centímetros todos estos kilómetros, y luego hacerle beber cada uno de los segundos que me hacen despertar sedienta... sola y sedienta...
Yo no sé a ti, pero a mi se me saltaron las lágrimas, de alegría, de pura tensión, de tantas ganas de ganar que habíamos acumulado. Está bien que de vez en cuando que una cosa tan sencilla como un balón pueda tener tanta poesía…
Dicen que los cambios son la base de nuestra existencia, lo que nos catapulta siempre hacia nuevos retos, lo que rompe nuestro horizonte y nos obliga a salir del letargo de nuestra feliz rutina. Dicen que nuestra capacidad de adaptarnos a ellos estará siempre ligada a los niveles de felicidad a los que podemos optar, que es necesario no tener demasiado apego a lo que tenemos, que hay que querer a las personas con fecha de caducidad. Dicen que todo sirve para crecer, para aprender algo nuevo, para desarrollar nuevas capacidades. Pero ¿qué pasa cuando todo funciona ya? ¿qué ocurre cuando sientes que estás en el lugar apropiado? ¿dónde ir cuando esa habitación azul dice que ya tienes todo lo que deseas?
Pues sucede que te vas, a donde toque, a cualquier casa vacía, a la que antes o después acabarás por llamar hogar. Y te adaptas, suples las carencias que la vida te deja de la mejor manera que puedes. Pero mientras toca añorar un poco lo que tenías, al principio con pena, luego con fe en que esa tristeza se convierta en un recuerdo cariñoso, y poco a poco vas llenando el agujero negro que sientes dentro del pecho.
Pero tan poco a poco que todavía sigo girando las manecillas del reloj por si podemos ir hacia atrás…
Me encanta ese instante en el que todo el violeta del cielo descarga sobre mi ventana... Gota a gota estallando en los cristales, pidiendo a gritos que suba los toldos, que abra los postigos, que deje que la humedad polinice toda la casa con su olor... hasta que me crezcan tormentas en las almohadas.
- Le puedo dar un certificado médico –dijo el doctor Hasselbacher.
- ¿Usted nunca se preocupa por nada?
- Tengo una defensa secreta, mister Wormold. Me intereso en la vida.
- Yo también, pero…
- A usted le interesa una persona, no la vida, y la gente se muere o nos deja…, lo siento, no me refería a su mujer. Pero si a usted le interesa la vida, nunca le defraudará. Me interesa la azulinidad del queso. A usted no le da por los crucigramas, ¿verdad, mister Wormold? A mí sí, son como las personas: se llega al fin. Puedo terminar cualquier juego de crucigramas en una hora, pero tengo un descubrimiento respecto a la azulinidad del queso que nunca llegará a una conclusión…, aunque uno, por supuesto, sueña con que llegue un momento… Algún día tengo que mostrarle mi laboratorio.
- Tengo que irme Hasselbacher.
- Debería soñar más, mister Wormold. La realidad en nuestro siglo es algo que no debe afrontarse.
Extracto de "Nuestro hombre en La Habana", de Graham Greene
Déjame, pensamiento, déjame, mañana seré tuyo, volveré a ser tu presa. Pero hoy, mientras la luz araña en los árboles y pide una oportunidad, quiero que me recoja la inútil primavera.
A la casa del frío regresaré mañana, cuando el tiempo exponga sus razones y el corazón pregunte lo que falta por ver, cuántos latidos pueden quedarle para detenerse.
Luis García Montero
Gracias Luis por rescatarme siempre del pozo seco de las palabras, por ser la cadencia necesaria para estas noches insomnes, sudorosas y difíciles de principios del verano.
Te veo sentado en el borde de la cama y comienzo a deslizarme entre las sábanas camino de tu espalda. Te rodeo con las piernas, te enredo con mis brazos las costillas y te pido que me toques algo triste como aquella madrugada invernal. Tú empiezas a buscar los acordes adecuados para diluir la melancolía de esta noche, para templarme el alma una vez más, y yo… yo sólo puedo acercarme más a ti, clavar mi mejilla en tus dorsales y dejar que el corazón me resbale hasta los pies.
Me veo sentada al borde de la cama y comienzo a darme cuenta de que estoy abriendo los ojos y que no estás, que el olor que tan bien conozco debe estar durmiendo a nueve manzanas de aquí, ajeno a los relámpagos que hacen que aúlle mi piel de loba herida. Así que en lugar de lamerme las llagas y olvidar, dejo a un lado los instintos animales de supervivencia y busco astillas y fuego en el cajón del recuerdo hasta convertirlas en las llamas que esta noche me consumen.
Me veo y te veo, sentados cada uno al borde de estas camas que son abismos, sucumbiendo a la soledad de esa pequeña distancia que se hace eterna cuando mis mejillas necesitan un lugar donde apoyarse, cuando no aparecen las manos que las sequen, cuando tu boca no puede beberse los jirones de tristeza de mi alma, cuando cada poro de mi piel clama por el tacto de tu calma.
Y ya que estamos hablando del tema, déjame que te robe un texto...
"Ahora es el momento de cumplir con aquello que un día rondó nuestros planes cuando las dudas eran pájaros muertos sobre la almohada, un rumor inapreciable de verdades subversivas.
Te llevaré lejos del asfalto, en dirección a un instante del amanecer en las playas de tus sueños, allí donde la arena tibia de la tarde duerma pegada a tus pies, y las olas arrastren la ceniza de tus ojos a lo más profundo del olvido. Donde clave mi mirada en ese perfil tuyo que perdí tantas veces, en el pelo que tocan las manos invisibles del aire, celosas de las mías. Ese momento exacto donde nada te importe más que los despuntes efímeros del sol sobre tus párpados, la espuma del mar deshaciéndose inmediata en las orillas, las gaviotas recortándose sobre el nácar del cielo. Y que así no viaje tu memoria a tiempos pretéritos guardados en Cajas de Pandora, ni busques en el horizonte hacia dónde se pierden nuestras huellas.
Agarrar con la boca esta impresión del paisaje, que es la vida, y dilatarla hasta los extremos del tiempo. Quedarte aquí conmigo, en este hoy perpetuo, mirando el lento crepitar del día."
Si algo importante aprendí de ti, fue precisamente el valor del momento, la esencia que perfuma la vida de los que quieren llegar a viejos, de los que tienen la dignidad y el valor suficiente, no sólo para llegar, sino para serlo. Nadie me ha dado tantos motivos para creer que lo que queda puede ser maravilloso como los veintidós años que fuiste mi perro guardián, mi abrigo de domingo en invierno.
Y aunque los dos últimos haya tenido que aprender a escucharte con esa distancia que nos separa de los muertos no hay un día que no recuerde tu voz salvándome la vida en un consejo, acariciándome la vida y el tiempo con esas manos que sólo tienen los abuelos...
"Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora. Y ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos Porque mañana es tarde. Ahora."
"De un mundo pequeño, me gusta la parte en que un miércoles pueda volverse viernes y una persona desconocida pueda volverse necesaria."
Juan Chomnalez
La palabra gracias es tristemente una de las más (y peor) manipuladas. La gente da las gracias cuando los dejan pasar, cuando les traen la comida pronto, cuando les abren la puerta del coche… Se usa para demostrar amabilidad, educación y saber estar, y sin embargo la mayoría olvida utilizarla cuando más falta hace, olvida recitársela al oído a quien más lo necesita, a quienes más lo merecen, esas personas que de acostumbrarte a verlas pasear por tu vida no te das cuenta del bien que te hacen, de las alegrías que te deparan esos días que prometían ser tristes intermedios entre fines de semana…
Pero hoy no estoy dispuesta a dejar de llenar las palabras con todo el significado del que son dignas, así que: gracias por la compañía. Gracias encenderme los ojos con pinceladas impresionistas, por redescubrir que el mundo cabe en un rinconcito de Madrid. Gracias por llevar el postre prendido en los labios, por cortarme la respiración con tanto abrazo. Gracias por haber aprendido la ardua tarea leer en mis silencios y por romperlos con todo lo que me hace reír. Pero gracias sobretodo por colarte dentro, por hacerte necesario, por recordarme con que poco uno puede tener un día perfecto… Gracias porque hoy me has hecho feliz.
Las horas se amontonan sobre tu vientre —¿o son segundos?— en forma de turbadoras caricias —agónicos combates cuerpo a cuerpo— hasta perder la conciencia.
¿Hay algo más puro y obsceno que tus besos, que la absenta delirante que envenena mi boca?
Texto robado de: http://juanantoniobj.blogspot.com/
Nadie debería juntar sus ganas y dejarlas escondidas en el cajón de los calcetines.
Nadie debería permitir que las cosas sean más feas y más tristes, ni siquiera en honor a la justicia. Ni siquiera por buscar el equilibrio, porque de poco vale una balanza equilibrada a la que le hemos tenido que quitar peso del lado de las cosas buenas, de la entrega infinita y desinteresada.
Nadie debería ceder ante el impulso de esta sociedad egoísta, que nos arrastra por el asfalto de la gran ciudad para quemarnos la piel, para arrancarnos las ganas de hacerlo mejor.
Nadie debería dejarse caer por el barranco de la comodidad y los corazones decepcionados porque en el instante en el que su espalda arañada toque tierra, todos comenzaremos a lapidar nuestra propia esperanza, y acabaremos por olvidar lo necesario que es hacer cada día algo que merezca la pena.
Nadie debería cambiar a peor… porque ese día, tú, yo y todos saldremos perdiendo.
De vez en cuando, rebuscando entre los textos viejos, esos que has leído mil veces, encuentras de pronto que hay uno que respira, que empapa con su aliento los cristales de una habitación azul. Y de ese modo las palabras densas, irrevocables empiezan a trepar por la espalda de aquellos dignos de sucumbir a los narcóticos que encierran…
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.”
- ¿Sabes qué necesito yo? Tiempo, pero no para ahora, ahora ya es tarde. Necesito tiempo para meter dentro del tiempo que ya tuve. ¿Has visto que los músicos trabajan sobre un tiempo? ta, ta, ta, ta... Pero ellos pueden meter más notas cada vez allá dentro, yo necesito meter más notas dentro del tiempo que ya tuve y así volver a hacer las cosas que ya hice, digo... que haré.
- Tienes que dejar esta vida...
- Sí, ya sé, ya sé... pero es ella la que no me deja a mí.
“El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero, ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma?. Por eso la vida parece un boceto. Pero ni un boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro…”
La insoportable levedad del ser, Milan Kundera
Einmal ist keinmal. Lo que sólo ocurre una vez, es como si no ocurriera nunca. Si el hombre sólo puede vivir una vida es como si no viviera en absoluto.
Siempre que me descubro escuchando como una yonki esa canción de Placebo sé que algo anda mal, que una de esas pequeñas piezas que dejé colocadas en un equilibrio inverosímil acaba de caer y que de repente todo el conjunto empieza a peligrar.
Me siento de nuevo como una funambulista de la emociones, mirando al frente para evitar caer al abismo de las mejillas húmedas y las respiraciones entrecortadas. Me concentro en mantener quietas mis rodillas, en no dejar que se pongan a temblar, en intentar llegar intacta una vez más al final de la cuerda. Pero entonces las nubes de tormenta vuelven a formarse sobre mi cabeza para convertir el trigo en campos de ortigas, la seguridad en dudas pasadas e irreversibles, la estabilidad de mis pasos en ridículos interrogantes que boicotean mi camino.
Y entonces, como un niño asustado sólo puedo meterme entre las sábanas, acurrucarme fuerte, respirar suave, apretarme por dentro para no deshacerme, lavar mis pestañas de alambre. Prometerme que será la última…y esperar a que pase…
A veces pasa que te encuentras en mitad de una historia que parecía cerrada para ti y que se presenta una noche de sábado, cual improvisado plan, para darte con la alegría en las narices, para demostrarte cuanto valor tiene mantenerse a flote y nadar ciego hacia cualquier puerto en el que sentarse a charlar.
Y es que cuanto más tiempo pasa más siento que siempre hay algo que salvar en las malas experiencias, que siempre hay un punto positivo que sumar al marcador mientras limpias el polvo de tus rodillas magulladas. Y aunque a veces pasa demasiado tiempo hasta que alguien canta una canción, y ves como la chica del pelo rizado vuelve a sonreír como hace mucho que no lo hacía, es suficiente para saber que todo tiene sentido, que las aguas siempre vuelven a su cauce, frescas, rápidas, perfectas para esos días en los que la primavera vuelve a aflorar en las aceras de Madrid.
Me faltan tiritas para curarte el pasado, para venderte un futuro mejor en el que casi no creo ni yo. Me duele y me repara a la vez el hecho de verte desprotegido, mucho más desnudo que cuando te quitas la ropa, mucho más abierto en canal de lo que yo me atrevería a mostrarme jamás.
Me enternece esa entrega, porque las palabras difíciles son las que más cuesta regalar. Y siento envidia de tus frases claras, y quiero partir mis cerrojos, y saltarme mis propias murallas, pero siempre hay realidades que lo impiden, esas otras frases que me saben mucho más amargas, que quieren morir a medio camino entre tu garganta y mis oídos, pero que sobreviven siempre, crueles y directas, cubiertas por el amargo bálsamo de la verdad.
Pero a pesar de eso quiero elevarme con el tono de tu voz y bajar después reptando a tus caderas, enloquecer a las yemas de mis dedos mientras olvidan el pedazo de historia que me niego a admitir como propio. Por eso sigo entrenando a mis pies para que se mantengan pegados al suelo cuando haces que me ponga de puntillas para tocar el cielo de tu boca. Porque hay que admitir que la gravedad después de todo me ha anclado para no despegar, para no ir nunca más allá de las fronteras que trazan las siluetas de tu habitación.
Y sin embargo me repara quedarme enredada a las pompas de jabón que son algunas mañanas de domingo, acostumbrándome a este limbo de días impares, a esta existencia despegada y exquisita, al ambiguo sentimiento de no saber sucumbir más que a lo que dicta cada poro de mi piel.
Después de todo ya hemos aprendido a limpiarnos las heridas con alcohol, a acariciar cicatrices y a calmar la sed de los días fracasados entre salivas tibias. Por eso, cuando me hablas en la oscuridad y la confianza se vuelve algo más sólido que las historias hechas de algodón de azúcar sé que he ganado, que no sé qué, pero que después de los despieces internos y las reconstrucciones aceleradas al fin puedo bordarme una sonrisa de medio lado y quedarme dormida en mi lado de la cama, al menos por un rato…
"But I know from your eyes and I know from your smile that tonight will be fine, will be fine, will be fine, will be fine for a while..."
Dulce y caliente. Como el chocolate a la taza en mitad de una tarde de invierno. Como el olor amable de las tierras belgas. Como las caras conocidas durmiendo al lado de tu litera. Como la manera de arrancarnos a abrazos el frío de un febrero agridulce que acabó por convertirse en feliz.
Dulce y caliente. Como el tacto de las manos de los niños. Como el olor de lo cotidiano en un lugar inesperado encendiendo mi nariz. Como los aviones lentos y las conversaciones nocturnas, sin luz de cocina, sin lámparas ni candil.
Dulce y caliente. Como el pelo suelto ondeando junto al canal. Como el murmullo incesante de mi prisa por devorar los mapas. Como el terrón de azúcar que se escapó de tu boca para endulzar mi espalda.
Dulce y caliente. Como cuatro días pletóricos. Como los nombres propios que firmaban cuatro billetes de ida. Como una misma casa para volver. Como el punto de partida donde forjar un nuevo plan maestro.
Dulce.
Caliente.
Y sencillamente perfecto.
If there's no one beside you When your soul embarks Then I'll follow you into the dark Then I'll follow you into the dark
- ¿Cómo? Primera noticia. Pero bueno, eso no va a pasar, tú eres el rey, y yo… mírame, yo soy grande, ¡cómo vamos a preocuparnos de algo tan insignificante como el sol!
“Me gustan los cazadores de sueños que se arropan con palabras para no quedarse expuestos a la intemperie de los días que llegan agotados a la noche. Me gustan las personas que no renuncian a hurgar en sus heridas para encontrar en ellas la sal de la vida, que da sentido a las sensibilidades comunes.
Me gustan los seres que no se conforman con cruzar por su existencia de puntillas, sin llamar la atención sobre las cosas que realmente importan, y que muchas veces se confunden con la irrealidad. Me gustan los pasajeros sin billete marcado que se suben a los trenes sin mirar el punto de destino, sin bajarse en las estaciones donde las promesas se confunden con las renuncias. Me gustan quienes escriben torcido para que se entiendan sus renglones secretos, sin pagar el peaje de lo obvio ni caer en la trampa de la rutina más cómoda, más fofa por exceso de grasas convencionales. Me gustan los que imaginan que sueñan para soñar lo que imaginan, los cautivos de su propia libertad que amplían las prisiones de los demás con sus deberes y haceres, y me gustan esos locos con cuerda para rato que buscan respuestas sin conocer las preguntas, que asumen como algo inevitable y hermoso que los tesoros más valiosos no están enterrados en islas perdidas sino a la vista de todos, al alcance de una caricia, en el territorio de las intimidades que se cobijan bajo el susurro y escapan de los gritos.
Me gustan los exploradores de su propio desierto en busca de espejismos donde reflejarse, donde reencontrarse, donde contarse. Me gustan esos supervivientes capaces de convertir ruinas en un hogar para los sentidos, en un refugio para los sentimientos, en una conjura de placeres sin cuento, de cantos al placer. Me gustan los que inventan el mundo cada día y por la noche lo esconden para protegerlo de las termitas del tiempo. Me gustan los que construyen belleza incluso desde la desolación, lanzados al abismo del misterio que renuncia a ser comprendido, con el alma agazapada dentro de una lámpara maravillosa que ilumina deseos compartidos y arrebata a las sombras su poder para convertirlas en luces sin dueño.”
Tino Pertierra.
Y creo que me gustan simplemente porque son todo lo que yo no soy capaz de ser…