martes, 9 de diciembre de 2008

Una sed de ilusiones infinita

martes, 9 de diciembre de 2008
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He buscado en el diccionario alguna palabra que me definiera. He leído páginas llenas de tecnicismos y adjetivos podridos de moderación, y he acabado por arrancar cada una de ellas para hacer una hoguera que caliente esta horrible noche de invierno.



Pero en algún momento empezaron a sonar las palabras que el papel no supo pronunciar:

Un terremoto emocional endemoniado,
un jaguar que les observa desde la espesura de la selva.
Una cinta de seda alrededor
de una bomba de relojería a punto de estallar.

Una maniobra de nunca atracar,
un perfume de aromas orientales,
un desayuno con tamales,
un accidente previsto en los planes.

Una contienda contenida y loca,
un beso en la boca de la botella
de flor de caña -gran reserva-,
sobre una mesa repleta de vasos vacíos
y limones exprimidos.

Una sed de ilusiones infinita,
donde nacen y mueren
las acciones que brillan,
en el tiempo que contempla
un mundo hecho a medida,
no sólo del que siembra,
sino del que es semilla.


El aragonés errante. Enrique Bunbury


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